Saturday, January 14, 2017

Two poems by Rafael Espinosa (Peru, 1962), translated by Judith Filc / Dos poemas de RE


The Kid in the Dress Coat

Armored data center, since you know
the great mysteries of life and death,
and you know when a swimmer's
exhaling propitiates the spatial
disposition of a tragedy, you'd do well to tell me what is
that kid thinking, standing so early
on the corner and using as headphones the remnants
of moisture of the night, his cigarette buts
now thrown lacking daydreaming fingers.

Is his song truly that of dawn
now that the spring has resumed
the solar violence of attachments
along with the wish to shoot gobs of spit
since they're excursions?

He's certainly not thinking of the death of Manuel,
now locked in a mollusk,
they themselves eternal but too minute
to be a source of esteem for eternity.

Am I the only one who remembers the pebbles in the bottom of the sea
where the urchins waited
eons to pierce our soles and
be part of us, love us
at least through effrontery?

The kid thinks of me since I'm
not interested in him and prefer
to leave him with the gravitational pull of his song.
The elements, not to say our body activated by the
steam of the laurels,
indicate that the rule works like that; this isn't denied by the
rejuvenated pages where some wrote
obituaries, and many others,
predator pleas.

Now the kid is walking and, unawares, steps on
Manuel. I, the inquirer of the docks,
say that's fine. There are fates signaled
in the micros and cocoons that multiply like
nits. Someone has to live.


The Cello Player

I'm not kind, but
mercy thought of me, the
human instruments that use the vocal organ
of the birds led me to lodgings of
dark corridors
and thin walls, worshipers of their own sonority,
where I never knew what I am and what you are.
Isn't that true, sleepless owl? But
your fingers were intensely familiar
like what defines a nature devoted
to playing, while withered branches slipped through the window.
Isn't that true, voyeur of fates?
Certain shape of the hands having been experienced, the role of fallen leaves
is to restore the pure porn of a face,
is to make the ape feel his funerals in the wind
and build with tormented glass
insatiable sodiums that utter sea and memory, penetrate me, clouds.

From El portapliegos, Librería Inestable. You can find a review of the book and other poems (in Spanish) here


El chico de la casaca
Centro de cómputo blindado, ya que
conoces los grandes misterios
de la vida y la muerte, y sabes cuándo el exhalar
de un nadador propicia la disposición
espacial de una tragedia, harías bien en decirme qué
piensa ese chico parado
tan temprano en la esquina
que usa como audífonos los restos
de humedad de la noche, sus
colillas tiradas ya sin ensoñación de dedos.

¿Su canción es en verdad la de un amanecer
ahora que la primavera reanudó
la violencia solar de los apegos
junto al deseo de disparar escupitajos
ya que son excursiones?

Seguro no piensa en la muerte de Manuel,
ahora encerrado en un molusco,
ellos mismos eternos pero objetos muy menudos
para ser fuente de estima para la eternidad.

¿Solo yo recuerdo las piedrecillas del fondo del mar
en donde hay erizos que esperaron
una era para clavarse en la planta y
ser parte de nosotros, amarnos
al menos mediante una impertinencia?

El chico piensa en mí por cuanto a mí
no me interesa él y prefiero
dejarlo con el peso gravitacional de su canción.
La intemperie, por no decir nuestro cuerpo accionado
gracias al vapor de los laureles,
señala que la regla es así; no lo niegan las hojas
rejuvenecidas en donde algunos escribieron
obituarios, y otros muchos
súplicas de predadores.

Ya el chico camina y sin percibirlo, pisa
a Manuel. Yo el indagador de los muelles
digo que está bien. Hay destinos indicados
en los micros y capullos que se multiplican como
liendres. Alguien tiene que vivir.


El cellista

Yo no soy bondadoso, pero
la piedad pensó en mí, los
instrumentos humanos que usan el cuerpo vocal
de los pájaros me condujeron a hospedajes
de pasillos oscuros
y paredes delgadas, idólatras de su propia sonoridad,
donde nunca supe lo que soy y lo que eres,
¿no es así, búho insomne?, pero
tus dedos me fueron intensamente familiares
como aquello capaz de definir una naturaleza consagrada
a tocar, mientras se colaban ramas marchitas por la ventana.
¿No es así, voyerista de los destinos?
Vivida cierta forma de manos, la función de las hojas caídas
es recomponer el porno puro de un rostro,
es conseguir que el simio sienta en el viento sus funerales
y erigir con vidrios atormentados
sodios insaciables que dicen mar y recuerdo, penétrenme nubes.


De El portapliegos, Librería Inestable. Pueden leer una reseña del libro y otros poemas aquí.
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